La ceguera en el
mundo de hoy es casi una necesidad de supervivencia, pues como se atrevería a
sobrevivir un ser que logra ver como el color del mundo hiere el iris de la
idea.
Aun los maestros
son condenados desde su educación a estar completamente ciegos, de las
cualidades superiores que posee un niño o una niña, sin embargo entre lo común
surge como reciclaje la visión de unos pocos, los cuales no resisten esta
percepción mas completa y verídica de su mundo, arrojándose como un león al
cambio pero encontrando simplemente los obstáculos de lo ya establecido.
Y aunque lo
establecido sea fuerte nunca logra cegarlo por completo pero si atormentarlo
durante el frágil tiempo que respire, púes aunque sus ojos no vean mas que
sombras estas lo atemorizando pues retorna a su mente los deseos que no pueden
ser.
Mientras el maestro
sigue yendo al aula de clases con los ojos abiertos pero sin visión a causa del
accidente continuo que se convierte la acción de pensar, se enoja e ignora que
al frente hay un ser que cree que su mentor ve, se encamina en la acción
perpetua, de ayudar al medio a cegar la visión tierna de ese educando.
Y así entre las
cuestiones pedagógicas, teóricas y metodológicas, se renace el mismo corruptor
en su conciencia; su meta de cambiar el mundo, la cual camina entre el puede
ser o la opción de dejarlo como un
sueño, completamente idealista.
Lo irónico es que
es que ser segado por un accidente es menos cruel que nacer ciego, pues el
accidente nos ciega aunque podamos captar imágenes, pero nacer ciego nos
permite dejar de ver esos fantasmas tangibles, para solo contemplar la utopía
de abrir los ojos y encontrase con un mundo lleno e hermosura, de pájaros
volando, de niños y niñas corriendo, de flores cuyo color no se conoce de cielo
azul esperanza, lo que para el cegado ya se perdió.
Por eso la ceguera
no es más que la actitud de ver la realidad o de contemplar el sueño que se
esconde tras el Edén de la mente.
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